Este invierno pasado, mi primo Fernando Chicano Martínez y su hijo Fernando fotografiaron las ruinas del cortijo La Cañada de los Pinos, donde pasé muchas temporadas en mi niñez. A partir de ellas, con mucho esfuerzo de memoria, mediciones, fotos aéreas y un poco de sentido común, he logrado reconstruirlo mediante este dibujo. Ya sé que es algo muy personal, y que casi nadie conocía ese cortijo, pero siento que lo he rescatado de la nada en la que hubiera caído al desaparecer los pocos testigos que lo vimos en pie. Allí fui muy feliz y aprendí cosas que nunca he olvidado.
Este invierno pasado, mi primo Fernando Chicano Martínez y su hijo Fernando fotografiaron las ruinas del cortijo La Cañada de los Pinos, donde pasé muchas temporadas en mi niñez. A partir de ellas, con mucho esfuerzo de memoria, mediciones, fotos aéreas y un poco de sentido común, he logrado reconstruirlo mediante este dibujo. Ya sé que es algo muy personal, y que casi nadie conocía ese cortijo, pero siento que lo he rescatado de la nada en la que hubiera caído al desaparecer los pocos testigos que lo vimos en pie. Allí fui muy feliz y aprendí cosas que nunca he olvidado.
Antonio Roldán Martinez