Pintura sobre lámina de cobre
Colección Alejandro Delgado Manjón-Cabeza
1 Comentario
admin
el 27/05/2013 a las 9:31
Permitidme que en esta tímida colección de imágenes con la que colaboro a nuestras
páginas traiga hoy una ciertamente graciosa.
Como podéis ver se trata de una pequeña pintura (13 X 10cm.) sobre lámina
de cobre sin mucho mérito artístico aunque con bastante antigüedad que representa
a san Antonio de Padua pero sin el Niño Jesús que suele acompañarlo en la iconografía popular.
Esta imagen tiene, además, la particularidad de que por costumbre al fallecimiento
de su dueña siempre pasa a las manos de la descendiente, mujer, más joven. En
estos momentos pertenece a mi hija Amalia.
El cuadrito colgaba en una pared en la casa de mi abuelo Antonio donde me crié y
estaba acompañada de una lamparilla de aceite siempre encendida. Nunca entendí el
porqué la luz de aceite era más piadosa que la eléctrica, menos peligrosa y mucho
más limpia. Algún impío de la época se atrevió a preguntar si San Antonio estaba
cruzado con lechuza para que le gustara tanto el aceite.
Pero lo mejor viene ahora.
Como es sabido, san Antonio acoge y protege a las mocitas en sus amores (castos,
eso sí) e incluso se ocupa de buscarles novio.
Y todas las mozas de mi entorno y mis conocimientos, en particular las chicas de servicio de la casa se encomendaban a este bendito Antonio que os presento.
Si entre sus miraditas y contoneos y la sobrenatural ayuda del santo conseguían sus
objetivos todo iba bien y se anudaba la relación el mundo estaba bien hecho.
Pero ¡ay! cuando las mozas no conseguían sus objetivos castigaban al santo. Habéis
leído bien. Y el castigo consistía nada menos que en ¡meterlo en el pozo!. Seguís leyendo bien y era aproximadamente 1950.
Lo ataban con una cuerda suficientemente larga y lo sumían en las terroríficas
oscuridades de la mina aunque siempre sin llegar al agua. Y allí lo dejaban hasta que
el correspondiente maromo les hacía el caso que, sin duda, merecían aquellas bellezas
peinadas con «la permanente».
Bueno, o hasta que mi abuelo, hombre racional donde los haya habido, bufando de ira sacaba al pobre san Antonio de su húmedo exilio.
Sólo añadiré que con ocasión de que una muchacha, muy fea la pobre, le estaba rezando al santo una mujer mayor que la vió sentenció: «San Antonio, hijo mío, ¡que vas a va a criar ova pobrecito!»
Bueno, esto es (casi) todo. Espero haberos hecho sonreír al menos.
¡¡¡¡Sed felices!!!!
Nota: la ova es el alga filamentosa que crían las fuentes y, en general, las aguas corrientes.
Permitidme que en esta tímida colección de imágenes con la que colaboro a nuestras
páginas traiga hoy una ciertamente graciosa.
Como podéis ver se trata de una pequeña pintura (13 X 10cm.) sobre lámina
de cobre sin mucho mérito artístico aunque con bastante antigüedad que representa
a san Antonio de Padua pero sin el Niño Jesús que suele acompañarlo en la iconografía popular.
Esta imagen tiene, además, la particularidad de que por costumbre al fallecimiento
de su dueña siempre pasa a las manos de la descendiente, mujer, más joven. En
estos momentos pertenece a mi hija Amalia.
El cuadrito colgaba en una pared en la casa de mi abuelo Antonio donde me crié y
estaba acompañada de una lamparilla de aceite siempre encendida. Nunca entendí el
porqué la luz de aceite era más piadosa que la eléctrica, menos peligrosa y mucho
más limpia. Algún impío de la época se atrevió a preguntar si San Antonio estaba
cruzado con lechuza para que le gustara tanto el aceite.
Pero lo mejor viene ahora.
Como es sabido, san Antonio acoge y protege a las mocitas en sus amores (castos,
eso sí) e incluso se ocupa de buscarles novio.
Y todas las mozas de mi entorno y mis conocimientos, en particular las chicas de servicio de la casa se encomendaban a este bendito Antonio que os presento.
Si entre sus miraditas y contoneos y la sobrenatural ayuda del santo conseguían sus
objetivos todo iba bien y se anudaba la relación el mundo estaba bien hecho.
Pero ¡ay! cuando las mozas no conseguían sus objetivos castigaban al santo. Habéis
leído bien. Y el castigo consistía nada menos que en ¡meterlo en el pozo!. Seguís leyendo bien y era aproximadamente 1950.
Lo ataban con una cuerda suficientemente larga y lo sumían en las terroríficas
oscuridades de la mina aunque siempre sin llegar al agua. Y allí lo dejaban hasta que
el correspondiente maromo les hacía el caso que, sin duda, merecían aquellas bellezas
peinadas con «la permanente».
Bueno, o hasta que mi abuelo, hombre racional donde los haya habido, bufando de ira sacaba al pobre san Antonio de su húmedo exilio.
Sólo añadiré que con ocasión de que una muchacha, muy fea la pobre, le estaba rezando al santo una mujer mayor que la vió sentenció: «San Antonio, hijo mío, ¡que vas a va a criar ova pobrecito!»
Bueno, esto es (casi) todo. Espero haberos hecho sonreír al menos.
¡¡¡¡Sed felices!!!!
Nota: la ova es el alga filamentosa que crían las fuentes y, en general, las aguas corrientes.
Alejandro Delgado Manjón-Cabeza